En esta hermosa tarde de primavera, os voy a contar la historia de unos grandes amigos que un buen día decidieron hacer la carrera de su vida, la más grande de todas. Empecemos, pues....
Era cerca de medianoche, y en el cielo sólo brillaba una estrella. Su color entre nácar y plata ofrecía a nuestros amigos la luz necesaria para preparar la gran carrera. Muchas veces, se preguntaban quien era el encargado de apagar todos los días, al amanecer, aquella pequeña antorcha del cielo, pero todavía no habían encontrado la respuesta.
Ya no eran tan útiles como en otros tiempos en los que corrían sobre las cintas transportadoras a un ritmo enloquecido pero sabían que lo más importante era participar y ser uno para todos y todos para uno. Por lo tanto, no les importaba demasiado quien ganara. Todos deberían seguir el mismo ritmo sin perder al resto.
El entrenador les había enseñado que lo más importante era el espíritu de equipo que deberían mantener hasta llegar a la meta. Quizás se tratase ya, de su última carrera. No podían defraudar.
Se dispusieron todos en fila y a la par dieron el primer paso, para luego echarse a correr. Llegaron a la meta cansados pero contentos. Todo había salido según lo planeado. El entrenador rebosaba felicidad, su equipo era de lo mejor.
Llegados a este punto, os estaréis preguntando quienes son estos amigos tan misteriosos. Os lo voy a contar pero por lo bajito, no es conveniente que vuestros papás y mamás lo sepan. Será nuestro gran secreto....
¿Os acordáis de aquella fría mañana de invierno en la que salimos a limpiar nuestra ciudad? ¿Os acordáis de los botes y latas que conseguimos reunir y que echamos cuidadosamente en aquel viejo contenedor al lado del muro de la escuela? Pues ellos son los protagonistas de nuestra historia: los botes de salsa de tomate, de espárragos, las latas de atún, de mejillones en escabeche, de refrescos,... Ahora se han reunido y van a participar en un acontecimiento sin precedentes, una boda "Real", la boda de Doña Catalina-La Luna y Don Lorenzo-El Sol. Por fin se acabará la tristeza de nuestra Luna y se podrá reunir con su amado Sol. Y nuestros amigos serán, testigos de honor de tanta felicidad y darán el toque mágico a esta boda tan especial.
El único que no podrá participar será el entrenador, un viejo bote de piña en almíbar... tantos años a la intemperie casi acaban con él, estaba oxidado y por el camino había perdido parte de su estructura, sin embargo era el de más experiencia y todos le tenían un gran cariño y aprecio.
Y llegó el gran día. Estaban todos brillantes y relucientes como antaño. Se ataron una cinta de color plata a la cintura, para no perderse ni caerse ninguno. Los nervios provocaban risitas entre ellos pero sabían de antemano que no iban a fallar. La hora sería entre el atardecer y el anochecer.
Y llegó el momento..... la Luna brillaba llena de felicidad, de amor, de ternura y su amado Sol, como todo novio, preso de los nervios del último momento, extendía sus rayos hacía más allá del horizonte, lo cual no era normal, teniendo en cuenta la hora del día.
Al cabo de un rato, se produjo lo que todos esperaban, el Sol extendió sus brazos y abrazó la Luna con ternura. De repente, se hizo de noche y el cielo quedó cubierto de una preciosa lluvia de estrellas. Y ¿sabéis quienes eran las estrellas? Nuestros botes y latas que con tanto cariño recogimos aquella mañana..... y allí se quedaron, en el cielo. Y desde allí alumbran todas nuestras noches y acompañan a nuestra Luna cuando el Sol no está. Y cuando el Sol le da el beso de buenas noches a su amada Luna, hay una pequeña pero muy centelleante estrella que siempre está presente, es la Antorcha del cielo que siempre nos recordará este día tan especial, en el que se casaron la Luna y el Sol.
1 comentarios:
Me ha gustado mucho. Si no te importa se lo contaré a los pequeños de mi familia.
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