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miércoles, 30 de junio de 2010

De dónde le viene el arte a la garbillera...


Bueno, bueno, bueno... y diréis, ¿¿pero cómo es posible que tanto arte haya permanecido oculto durante tanto tiempo?? Menos risas..., que si no, no os lo cuento.

¿Os acordáis de aquellos tocadiscos de maleta que funcionaban con pilas de petaca? Bueno, bueno, que no soy tan vieja eh!! Tenéis mala memoria, no disimuléis, que no cuela,...os dejo una foto y ya vais recordando, atunicias.


Pues cuando mis padres emigraron a Inglaterra, en uno de sus viajes de vuelta tuvieron la brillante de idea de traer uno, junto con un montón de discos de vinilo. Por el tocadiscos no me preguntéis pero por los discos, ya sabéis que conservo “alguno” como oro en paño, para deleite de mis vecinos. Lo suelo poner mientras plancho y otros menesteres que no vienen al caso, ejem ejem. Por si no habéis pillado al artista del que hablo, deciros que es el inigualable Antonio Molina, del cual aunque no me creáis soy fan “number one”.


Y ya por aquel entonces y aprovechando que en casa no quedaba ni el gato, subía al cuarto, sacaba el tocadiscos del armario (que siempre estaba sin pilas) sacaba los discos del cajón y buscaba el “mío”, lo ponía, bajaba la aguja y con mis deditos lo hacía girar len-ta-men-te de forma que la música se escuchaba por toda la casa. Y yo, allí tirada en el suelo de madera acompañando a mi Antoñito con su “Soy minero y templé mi corazón con pico y barrena. Soy minero y con caña, vino y ron me quito las penas....”


Ayyy, qué tiempos!! Tanto ensayo...al final dió sus frutos.


viernes, 18 de junio de 2010

Cartas de amor



"Llevaros los libros que nosotros no leemos, se llenan de polvo. Hija, si quieres llévate lo que hay en esa caja de lata”. Me dijo mi suegra.

Se refería a los libros de mis cuñados, que con tanta pasión habían coleccionado y pequeños recuerdos, cosas sin gran valor material pero sentimentalmente...


Había unos aros de flamenca blancos, un mecherito antiguo en miniatura, un broche, un clip, dos palitos atados con un cordón y … ¡¡cientos!! de cartas, meticulosamente ordenadas por fechas y en sus correspondientes sobres.


Cartas de amor, escritas con y para el corazón. Todos los martes, de todas las semanas, durante años, una.


Leí una por una, ordenadamente. Las de ella me costó mucho porque la letra era imposible, había poemas, folios y folios. El día a día.


No había internet. No había ni siquiera teléfono. Pero allí estaba todo. El mejor regalo, el mejor regalo en una caja de lata. ¿Dejarlo en el olvido? Yo ya lo llevo en mi corazón y a vosotros os regalo dos, sólo dos, que he escogido al azar. Sin ordenar por fechas....


ELLA:

Está amaneciendo, qué paz refleja tu cara cuando duermes, ya casi es la hora de empezar un nuevo día y la verdad, reconozco que no me gusta nada madrugar; quizás sea esa la razón por la que tengo tan mal despertar. Te agradezco tanto que cada mañana me regales la primera mirada, sonrías y que me digas: buenos días, mi amor. Me encanta mirarte cuando me preparas el café, te preocupas tanto de lo mío que se te olvida y no te importa que el tuyo se te esté quedando frío. Siempre piensas antes en mi que en ti, siempre. No sabes cuanto te quiero. Necesito ese beso, ese beso tuyo de ayer, de hoy y de siempre, ese beso que me das cuando me marcho y cuando regreso, cuando llego a casa tarde, cansada y con problemas y tú me recibes con los abrazos abiertos. Me ayudas, me oyes, se disipan mis penas.

Hoy desperté al nacer el día, me gusta tanto mirarte. Tenías los ojos cerrados a la luz y la mente abierta a los sueños, sobre tu cuerpo desnudo mis manos parecían tener alas, se me escapaban, volaban hacía ti, te acaricié de los pies a la cabeza. No sabes cuanto te quiero. Hay veces que nos hacen falta las palabras para entendernos, nos basta con mirarnos. Si tengo frío, me arropas con tu mirada. Si tengo calor, me refrescas con tu respiración. Lo siento, lo presiento, somos almas gemelas....

ÉL:

Bueno, cariño aquí tienes mi carta, espero que sea uno de esos cactus de los que me hablas, porque en verdad, cada vez que recibo una de tus cartas y me pongo a leerla es como si tú me estuvieras hablando aquí a mi lado.

Acabo de subir de ver la película de la tele y me he puesto a escribirte como quedamos convenido, hoy no me he echado la siesta, pues no me encuentro cansado como otros días, acabo de volver a leer tus dos cartas, que he tenido hoy, y en verdad, actúan de forma maravillosa sobre mi, haciéndome sentir el hombre más feliz del mundo, de saberme amado por una mujer tan maravillosa como tú, te quiero con toda mi alma, como nadie he querido ni querré, porque como bien le pedimos aquel día a la estrella, espero seguir así, como ahora, contigo, toda la vida.

Estoy aquí, en mi habitación escribiéndote y oyendo a José Luis Perales, escuchando aquella canción tan maravillosa que aquella noche te susurré al oído.

Acabo de encender un cigarro, y otra vez te imagino aquí a mi lado, si fuera así que maravilloso sería para los dos, pero espero que pronto sea hecho realidad, pues como te he dicho, el domingo estaré junto a ti para abrazarte y besarte en toda la cara y que en nuestros abrazos, pues no habrá sólo uno, nos casque algún hueso a los dos. Necesito tus caricias que me parece imposible vivir sin ellas, creo que no sucederá nada improvisto y podré estar junto a ti, aunque solo sea unas horas que para mi serán suficientes para poder pasar otros pocos días de nuestra separación...


Hay historias de amor eternas. Esta puede ser una de ellas. A mi me gustaría creerlo.

jueves, 3 de junio de 2010

La abuela Isolina

No hay ni un sólo día de mi vida que pase sin que me acuerde de ella. De mi abuela.

Dentro de unos días se cumplirán algo más de dos décadas de su partida a esa preciosa y brillante estrella. Una estrella que me recuerda que sigue aquí, cerca de nosotros, a pesar del tiempo.


¡Cuántas cosas me enseñaste abuela, cuántas...! a pesar de que tú ni tan siquiera sabías leer ni escribir. Me enseñaste el valor de las pequeñas cosas. Ver el mundo a través de la lente pequeña y apreciar los pequeños detalles, detalles como sentir que estamos vivos, decirle a alguien que le queremos y expresarlo con un gesto, apreciar el aroma a hierba seca, a verano, saborear un café de puchero al lado de una lumbre, el placer de escuchar a otro, de cantar, de sonreír, darlo todo por otro, la familia, levantarse con el canto del gallo al amanecer, respetar la naturaleza, la amistad, el compartir, las risas, ….tantas y tantas cosas.


Y cierto es que un niño es fácil de impresionar pero mi abuela me tenía totalmente impresionada, fascinada, sobre todo cuando sin utilizar ningún tipo de herramienta apartaba las brasas incandescentes del fuego o cuando arrancaba las ortigas que iban creciendo en las partes más sombrías alrededor de la casa, con sus manos. O cuando de repente yo dejaba caer un pollito y quedaba desplomado y ella lo cogía con sus manos, soplaba y el pollito volvía a revivir. O cuando, al mediodía, mientras todos dormían la siesta, yo me asomaba a la escalera y la veía peinarse su larga melena, negra, sin una sola cana, preciosa y que luego mantenía oculta debajo de aquellos pañuelos meticulosamente atados en la nuca. Me fascinaba.


Mi abuela también me enseñó hacer quesos. Todos los días hacíamos quesos. Ella los suyos y yo los míos, del tamaño de mis puños. Una vez al mes se iba a la feria y se vendían, ¡qué ilusión me hacía! Nunca más volví hacer quesos.


Cuando me vine para Coruña con mis padres, fue a quien más eché de menos, a mi abueliña, a mi mamaiña. Mi madre me daba un duro todas las semanas para chuches. Bueno eso es lo que mi madre pensaba porque yo los fui ahorrando y cuando creí que tenía suficientes se los llevé a mi abuela y le dije “para que te compres un pisiño como el de mamá, allí a mi lado”. Nada me hubiera gustado más que tenerla a mi lado. Pero no pudo ser. Ella pertenecía al campo y yo ahora no sobreviviría allí, me hice muy “urbanita”.


Mi abuela era especial, como todas las abuelas, pero la mía además tenía una debilidad.... le encantaban los lacasitos. Y encima yo nunca le dije lo que eran, siempre le decía que eran pastillas para la tos y siempre me decía “Mariña, si vienes el próximo fin de semana a ver si me traes las pastillas de la tos que en la farmacia de Sobrado las hay de un sólo color pero no te son tan buenas”. ¿Y yo? Mandadita, mandadita.


Un beso, abuela.