Cuando era pequeña y no conseguía dormirme, o me despertaba sobresaltada por un mal sueño, me colaba sigilosamente en la cama de mis padres, como hacen ahora mis hijos muchas noches.
Mi madre cuidadosamente me pasaba su brazo por debajo de mi cabeza, me abrazaba y me susurruba al oído un “duerme” y todas mis pesadillas se iban desvaneciendo, poco a poco.
Por las rendijas de la persiana se colaba la luz de las farolas encendidas en la calle y se reflejaba en el techo de la habitación. Aquellas líneas discontinuas sólo se borraban cuando pasaba algún coche por la calle, primero uno, luego dos, y tal vez tres....y poco a poco el sueño regresaba otra vez hasta el día siguiente.
Quién me diera volverme pequeñita otra vez y desaparecer entre los brazos de mi madre, a la de una, a la de dos, a la de tres... ¡lo que yo daría!