
Hoy me levanté lo más tarde que pude, justo cuando trajeron el desayuno. Desde el miércoles no había dormido tan bien, el cansancio de varias noches sin casi dormir pudo más que la incomodidad de la cama de este hospital.
Para desayunar lo mismo de siempre: una naranja, tazón de leche con café soluble y bollito de pan sin sal.
Luego la rutina: aseo, cambio de pijama y paseo por los pasillos. Al fondo, a la derecha me espera mi salita con vistas. Contemplo mi ciudad una vez más y pienso en cada una de esas personas que me han llamado y se han preocupado tanto por mí estos días. Que sepáis que me ha hecho mucha ilusión, que no me lo esperaba y ha resultado ser el mejor de los regalos. Desde luego que así, no hay enfermedad que se resista. Porque los buenos amigos curan mejor que la mejor de las medicinas, y vosotros, mis queridos amigos, habéis sido eso y mucho más. Gracias.
No tardé mucho en volver para mi habitación, hoy allí hacía mucho frío. No me quiero imaginar el que haría fuera…
Como desde mi habitación tengo las mismas vistas aunque no la misma tranquilidad, pues volví, “no vaya a ser que me ponga mala”, me dije. Y ya es mala suerte enfermar en un hospital, no? Y yo la verdad, es que estoy como un rosa. El susto ya pasó, mañana me hacen las pruebas y veréis que no es nada.
En esta tarde de domingo recibí muchas visitas familiares, Adrián vino a verme para decirme que para el año lo meta en el comedor del colegio que aunque dan arroz con conejo lo prefiere a aguantar a su abuela. Supongo que a estas horas ya se le habrá pasado el cabreo…o eso espero.
Hablé con Laurita por teléfono y me dijo el “quierovertemami” más bonito que os podáis imaginar. Pues claro que sí, que yo también la quiero ver a ella y achucharla un poquito. Será pronto.
Ahora ya es de noche, el parking está vacío, sólo se oye el ruido de la mascarilla de oxígeno de mi compañera de habitación. Pobre mujer, en un principio pensé que era un poco “roncha” pero la verdad es que me dio un poquito de pena y le echo una mano en lo que puedo: le coloco la manta, le alcanzo los pañuelos, le acerco la comida, le pongo las zapatillas... Total, ¿qué otra cosa puedo hacer aquí? Yo estoy bien y no puedo evitarlo.
La ciudad, a estas horas, está llena de luces.
Me pregunto cuál será la tuya, ¡sí!, la tuya Titajú, la de Vane, la de Fati, la de Nuria, la de Rozío, la de Mónica, la de esos amigos que he reencontrado estos días y hacía 30 años que no veo y que también se han preocupado por mi, la de otros tantos que no conozco personalmente pero sí con el corazón y con el alma como son Marieta, Inés y Pili (que aunque está lejos y no sabe dónde estoy, lo hará seguro) y por supuesto, la de todos los amigos de siempre, que voy a dejar en el “anonimato”, que aunque me leen nunca comentan, pero saben estar ahí siempre.
Me pregunto cual será la vuestra porque quiero desearos “Buenas noches, felices sueños y gracias por estar ahí. Sois de lo mejor.”
Por último deciros que tenéis Virtu para rato, no os preocupéis. Que os quiero un montón.
Y sí, mañana es lunes, día 30, ocho meses van, desde que te fuiste. Pero vamos a seguir luchando con fuerza, siempre hacia delante. Lo que nunca nunca haremos, nuestro pequeño duende, es olvidarte. Regálales a todos, felices sueños, es lo único que te pido. Un besito de duende.