
¡Espectacular! Toda la plaza estaba cubierta con una gruesa capa de granizo, como si fuera nieve. Todo blanco, muy blanco, como una estampa navideña, en contraste con el cielo que estaba muy gris, casi negro. Cuando dejó de granizar, el cielo ya no se veía tan gris y fue entonces cuando me invadió una sensación de pureza, de paz, de tranquilidad, de estar a gusto, que allí me quedé petrificada durante un buen rato, envuelta en una manta y esperando que el granizo se derritiese y la calle se volviera del color gris asfalto de todos los días.
Y estaba allí sola, disfrutando, mientras el resto de la manada dormía, cuando de repente vi flashes. Los vecinos desde sus ventanas aprovecharon para sacar fotos. Fue entonces cuando yo me acordé de mi cámara y de que no tenía pilas (el cargador, como no, en la aldea). Durante un buen rato estuve como loca buscando pilas: en cajones, en los mandos, en algún juguete de mis hijos, pero no, no conseguí sacar ninguna instantánea, salvo la que quedó en mi retina y que luego pasé a mi memoria virtu-al...
El resto del día, mucho pijama, mucho niño, mucho sofá, mucha sopita....