Y he pensado que es el día perfecto para quitarle el “óxido” a la antigua churrera de mi madre, rescatada hace poco de su basura. Ella me augura un Diógenes para cuando tenga la frente arrugada. Yo digo que hay cosas que forman parte de la historia de uno, y que no pueden tener el triste fin de terminar en el contenedor de basura.
Por la estación en que estamos, ¿verano?, apetecería más una tarrina de helado (de turrón por ejemplo), pero lo cierto es que hoy me voy a dar un pequeño homenaje-banquete, a base de un humeante y espeso chocolate deliciosamente acompañado por unos churros “made at home”.
De vicio. Lo triste del chocolate con churros es tener que comértelos sola. Porque hoy estoy yo sola. Adrián está en la Primera Comunión de un amigo y David se quedó con la niña en la aldea.
Si es que no hay quien me entienda, lo sé. Estaba deseando tener un ratito de soledad para dedicarme a mis hobbies: leer ese libro que tengo lleno de polvo sobre la mesilla, acabar esa muñequita para Laura, escuchar la música que a mi me dé la gana, ver una buena película enterita de principio a fin, limpiar la cocina a fondo... (Bueno, esto último no entra dentro de mis hobbies pero es una necesidad casi vital) y resulta que estoy “chof”, sin ganas de nada.
Mis niños se han ido a pasar las vacaciones de verano con sus abuelos y aunque sé que estarán cerca, pues no va ser lo mismo. Vamos, que los echo de menos. Ahora entiendo a mi madre cuando me dejó a los 9 meses con mis abuelos. Fueron 6 años en los que sólo pude verme en cuatro ocasiones. Lo recuerda como uno de los momentos más difíciles de su vida, y ahora, lo entiendo.
Bueno, os tengo a vosotros y 15 días de vacaciones a la vuelta de la esquina. ¡Menos mal!